*Luis Fernando Agudelo. ADN Medellín
Imagínese que diez hermanos heredan un lote de mil metros cuadrados. Suponga que no se ponen de acuerdo y cada hermano construye su casa de forma irregular, con alturas desproporcionadas que los convierten en un sitio oscuro, sin árboles, con vías estrechas, y que dificultan la conexión de los servicios públicos.
A la postre, las viviendas valdrán poco, la calidad de vida de los herederos y sus hijos se deteriorará y los conflictos aparecerán. Si los hermanos se coordinan y reservan una porción del lote para hacer espacio verde, vías amplias y construcciones armónicas, el valor del sector aumentará y el bienestar general también.
Lo mismo sucede con la ciudad, allí donde no hay coordinación entre los individuos, o una autoridad capaz de imponer reglas mínimas de juego, se multiplican el desorden y los conflictos. La historia de Medellín ha sido la historia de la descoordinación y la ausencia de control legítimo, como origen de muchos de los conflictos urbanos.
El Plan de Ordenamiento Territorial de 2014 representa las reglas de juego para ocupar el territorio. A pesar de sus limitaciones y la lentitud para la reglamentación sentó las bases para unos límites urbanos claros, la necesidad de la densificación en las márgenes del río Aburrá, la movilidad sostenible y la preferencia de la renovación urbana frente a la alternativa de la expansión del límite urbano.
Es necesario que los ciudadanos estemos pendientes de las revisiones que se hagan de las reglas para desarrollar el territorio, porque de ello dependerán las condiciones de vida que hereden las generaciones futuras que ocupen la ciudad.
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