Columna de opinión – Diario ADN
28 de mayo de 2025
El desastre no comienza con la lluvia. Empieza cuando no se planifica, cuando se ignora lo que es evidente, y cuando se normaliza la precariedad en la forma de habitar nuestro territorio. En Medellín y Antioquia, cada temporada de lluvias vuelve a poner sobre la mesa las fallas estructurales en la gestión del riesgo. Las afectaciones, los deslizamientos, las viviendas colapsadas y las comunidades damnificadas no son fenómenos impredecibles, son consecuencias directas de decisiones —o indecisiones—sociales, políticas y urbanísticas.
Las cifras hablan por sí solas: entre 2012 y 2024, se han afectado en promedio 1.500 viviendas por año en Medellín, y más de 800 han sido destruidas, principalmente por deslizamientos y deterioro estructural de las mismas. Mientras tanto, los planes de prevención suelen llegar tarde, cuando la emergencia ya ha golpeado. ¿Y si invirtiéramos antes? Según la Oficina de las Naciones Unidas para la Reducción del Riesgo de Desastres, por cada dólar invertido en reducción del riesgo, se pueden ahorrar hasta 15 dólares en recuperación.
No podemos seguir culpando al Fenómeno de La Niña o al cambio climático. Sí, hoy los eventos climáticos son más frecuentes y severos, pero sus impactos se magnifican por condiciones que son, en gran parte, humanas: la localización de viviendas en zonas de alto riesgo, la falta de infraestructura adecuada, la informalidad urbana y la desconexión entre planeación territorial y sostenibilidad. Allan Lavell lo resume así: “debemos asociar el desastre con lo cotidiano: vulnerabilidad, pobreza, marginalización”.
Estamos frente a una crisis climática que ya no es emergente, es permanente. Y no es solo ambiental: es social, económica y política. Necesitamos una transformación estructural en cómo pensamos, construimos y habitamos nuestras ciudades. Es momento de pasar de la emergencia a la planificación, de la reacción a la prevención, y del discurso a la acción sostenible.