Cambiar la forma en que actuamos en la cotidianidad, tanto individual como colectivamente, es de las cosas más difíciles de lograr. La cultura arraigada en la sociedad se transforma a paso lento, excepto cuando se dan choques profundos de cualquier índole: social, político, ambiental. La pandemia del COVID-19 está desafiando todo nuestro mundo tal cual lo conocíamos apenas unas semanas atrás. Parar la pandemia y salvar el mayor número de vidas posibles es la consigna con la cual el mundo está trabajando en la actualidad.
Para ello, el liderazgo de las autoridades, el compromiso del sector empresarial y la corresponsabilidad de todos los ciudadanos es fundamental, así como la cooperación entre los países para compartir conocimientos, experiencias, recursos; como un médico chino afirmó recientemente: esta crisis tendrá remedio pronto si hay cooperación, más no si hay división.
La globalización nos hace más proclives a este tipo de riesgos, pero también nos permite obtener la solución de forma más expedita frente a una situación en la que estuviésemos poco interconectados.
En esta crisis nuestros valores son puestos a prueba. Hoy necesitamos ser más solidarios, más empáticos, lo que implica tratar de ponernos en el lugar del otro: del adulto mayor, de quien vive del diario y no tiene recursos para la subsistencia, de la persona con poca o nula red de apoyo. Asimismo, el aislamiento nos debe confrontar también frente a nuestras prioridades, por ejemplo, el cuidado de sí mismos, de los otros y del planeta.
Sin duda, saldremos de ésta, pero el gran desafío es hacerlo transformados para bien. ¿Será que sí lo logramos?
*Reflexión de Piedad Patricia Restrepo, directora de Medellín Cómo Vamos
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